Un autobús senegalés. O cómo hacer 200 kilómetros en 27 horas

Cada vez hace más calor en Diannah, es el preludio de la esperada estación de lluvias. Y mientras trabajo en el huerto por las mañanas, mi mente se evade continuamente, dejando a mi cuerpo a solas con el clima agotador del trópico. Yo estoy aquí, en Senegal, pero mi pensamiento vuela constantemente de vuelta a España, a las cosas que me apetece hacer allí, a la gente a la que quiero ver. Son ya más de cien días de viaje, me siento cansado, y tengo claro lo que más me apetece hacer. Es hora de emprender el viaje de vuelta. La despedida de Diannah y su gente fue rápida. El martes por la mañana volví a verme en mi forma más acostumbrada, a lomos de Safír, listo para recorrer los noventa y cinco kilómetros que me separan de Ziguinchor, la capital regional, donde tengo pensado coger el barco a Dakar. Después de tres semanas sin tocar la bici, el viaje se me hace algo durillo, sobre todo los últimos veinte kilómetros, en los que se levanta algo de viento en contra. Finalmente llego a la ciudad, la única población de la zona que parece merecer tal nombre. Es grande, con su puerto a orillas del gran río Casamance, su zona industrial, sus turistas franceses… Lo primero que hago es dirigirme al puerto, donde me entero de que no hay billetes para el barco hasta el martes siguiente. No tengo ganas de esperar una semana entera, así que me busco un hotel y me pongo a valorar otras opciones. Un poco más tarde me llama mi hermano y bromeo un poco sobre la posibilidad de continuar viaje hacia el sur, hasta Guinea Bissau, cuya frontera está a solo unos quince kilómetros. Finalmente elijo dormir, descansar bien esa noche y aplazar las decisiones para el día siguiente.

Y a la mañana siguiente, sintiéndome ya descansado y con fuerzas, lo que más me puede son las ganas de continuar mi viaje de regreso, y me dirijo a la estación para coger inmediatamente un autobús a Dakar. Las estaciones aquí son algo caóticas, son algo así como una gran explanada llena de autobuses de todos los tamaños y colores, de sept-places y petit taxis (respectivamente, los taxis grandes, de siete plazas, tipo Peugeot 504, y los pequeños, para trayectos urbanos), todos viejos y destartalados. Según entro con la bici, empiezan los «guardas» de la estación a abalanzarse sobre mí, «¿dónde vas?, ¿dónde vas?», para ayudarme a encontrar mi autobús, subir mi equipaje y sacarse un par de miles de francos. Finalmente, Safír y yo subimos al autobús de Dakar minutos antes de las once, la hora prevista de salida. Sin embargo, parece que hay algún problema a la hora de abandonar la estación. El bus se detiene a un lado de la carretera, gente que sube y baja, los pasajeros impacientes increpan a gritos al conductor. Pregunto en francés al hombre que viaja a mi lado, pero tampoco sabe explicarme qué ocurre. El caso es que acabamos abandonando Ziguinchor hacia la una de la tarde. Llamo a Suleiman para avisarle de que acabo de salir de la ciudad y responde «¡pero vas a llegar de noche!». Es muy probable, pero solo hay unos 450 kilómetros hasta Dakar. Espero que no tardemos más de diez o doce horas en llegar.

Según salimos de la ciudad, el calor asfixiante me provoca un sopor que me hace quedarme dormido. Me despierto cerca de las dos, pensando que al menos habremos avanzado un buen trecho. Cuando reconozco los edificios a mi alrededor, me doy cuenta de que aún vamos por Bignona, a menos de treinta kilómetros de Ziguinchor. Parece que esto va para largo. Al poco tiempo de volver a la carretera, se oye un estallido y un objeto metálico golpea con fuerza el lado derecho del bus, dándonos un susto de muerte a los que vamos en ese lado. Se nota que la rueda delantera ha pinchado, así que el conductor detiene el vehículo. Nos bajamos y puedo comprobar que el neumático no está reventado; está desintegrado. El objeto metálico que había golpeado el lateral era una de las láminas de chapa de la carrocería del bus, concretamente la que iba justo sobre la rueda, que se ha desprendido. Ahora nos toca sentarnos a la sombra de los árboles mientras esperamos que sustituyan la rueda. El conductor y los otros responsables del vehículo que van con él no parecen muy expertos en este tipo de reparaciones. Tardan un par de horas en dar con la mejor colocación para los gatos, para poder elevar el mastodonte lo suficiente como para colocar el neumático nuevo. Entre tanto, los pasajeros esperamos pacientemente. Hay una mujer medio desmayada, atendida por otras mujeres que la abanican y le dan crema en las piernas, y por otros hombres que la llevan en volandas para acostarla sobre una estera. Al principio atribuyo su estado al calor y el agobio, pero pronto me parece evidente que está enferma, quizá de malaria. Finalmente se la lleva un coche que se ha detenido para ayudar.

Hacia las cuatro y media podemos volver a ponernos en marcha. Un rato después el autobús se detiende junto al puesto de salud de un pueblo. Aquí me sorprendo al ver de nuevo a la mujer enferma, a la que vuelven a subir en volandas al bus. Yo pensaba que el coche se la habría llevado hasta Dakar para evitarle el viaje en bus en su estado, pero no, resulta que solo la había llevado al pueblo siguiente para ser atendida. Muchos viajeros protestan airadamente, supongo que porque piensan como yo o porque cada pequeño retraso los inquieta más y más. Y su nerviosismo no está injustificado. Cuando llegamos a la frontera gambiana y terminamos los trámites para que comprueben nuestros documentos y nos dejen pasar, son ya más de las seis. El último ferry para cruzar el río sale a las siete, y no nos dará tiempo a cogerlo, por lo que no nos permiten abandonar la frontera. Tendremos que pasar aquí la noche.

Uno de los hombres que llevan el autobús me acompaña a las tiendas del lado senegalés de la frontera para ayudarme a encontrar algo de cenar. Entre él y una de las pasajeras me van ayudando todo el viaje, traduciéndome las cosas importantes que se han dicho en wolof (ahora nos bajamos, ahora hay que pagar el ferry, etc.). Depués de cenar vuelvo al autobús, cojo mi esterilla y la coloco sobre la arena, junto a la carretera, para pasar la noche como pueda. Al menos, el cielo estrellado es precioso, y puedo ver constelaciones como la Cruz del Sur, ocultas para quienes miran desde el norte del Trópico. Al poco tiempo de dormirme, me despierta un hombre dando voces; creo que lo hace por mi bien, me parece que le está gritando al taxista que aparca su taxi junto a mi «dormitorio» para evitar que me pase por encima. Me incorporo y miro un poco a mi alrededor; todo a mi alrededor me parece igual, una superficie de arena junto a la calzada, así que creo que voy a estar igual de expuesto me ponga donde me ponga y decido quedarme donde estoy. Un rato después me despiertan unos pasos a mi lado. Solo es una vaca.

No consigo dormir mucho, pero en cuanto amanece volvemos a subir todos al bus y al cabo de un rato nos ponemos en marcha. Un par de horas más tarde llegamos a la orilla del río Gambia, donde una placa conmemora la colocación de la primera piedra del puente transgambiano en febrero de este mismo año. Me pregunto cuándo estará terminado. De momento, la única forma de pasar al otro lado es mediante el transbordador, que tarda un rato largo en cargar, descargar y cruzar al otro lado. En cada viaje lleva tres vehículos pesados y varios coches. Delante de nuestro autobús, en la cola, debe de haber al menos una veintena larga de buses y camiones. Los pasajeros nos bajamos y tomamos el primer barco, pero nos va a tocar esperar al autobús en la otra orilla, sabe Allah cuánto tiempo.

En el lado norte del río, la carretera está flanqueada de puestos de comida, ropa, accesorios para móvil, juguetes… docenas de personas tratan de ganarse la vida atendiendo y vendiendo cosas a los cientos de pasajeros que esperan para cruzar al otro lado o, como es mi caso, a que su vehículo llegue desde el sur. Desayuno en uno de esos restaurantes baratos, voy al servicio público (de pago) y, cuando salgo, me doy cuenta de que no veo a ninguno de los otros pasajeros del bus. Me pongo un poco nervioso. ¿Y si ha llegado mientras yo estaba desayunando o en el baño? Me parece muy improbable, pero quién sabe, igual el conductor conoce a alguien y ha conseguido colarse, o algo así. No me preocupa el hecho de quedarme tirado, porque llevo todo mi dinero encima y aquí hay más taxis que piedras en el suelo; lo único que me inquieta es que Safír sigue atado a la baca del autobús. Empiezo a caminar a lo largo de la carretera buscando una cara que me suene, hasta que se acaban los puestos. Sigo recorriendo la fila de coches, camiones y autobuses que esperan en este lado, mucho más larga que la que he visto en el otro. Camino, camino, camino… después de varios minutos, veo que la cola se pierde en el horizonte. Es surrealista. Echo unos rápidos cálculos y me doy cuenta de que las personas que están al final van a tardar al menos dos o tres días en poder cruzar al otro lado.

Al final, me doy la vuelta y regreso a los puestos. Y allí, por fin, a la sombra de un tejadillo de madera, veo a una chica joven que lleva una redecilla azul en el pelo y que viaja en mi autobús. Me siento junto a ella, que también me reconoce y me pide un poco de agua de la botella que llevo. Echo un vistazo a mi alrededor y reconozco a varios compañeros de viaje. Me quedo más tranquilo y espero con ellos a la sombra del tejadillo, donde muchas otras personas se apretujan escapando del sol inclemente.

De repente, mis compañeros se mueven, y yo les sigo. Alguien ha visto por fin desembarcar nuestro bus. Han pasado unas cuatro horas. Volvemos a montar todos y continuamos el viaje. Lentamente, por supuesto, primero saliendo de la atascada carretera de acceso al embarcadero, y luego deteniéndonos en los controles fronterizos para volver a entrar en Senegal. No llevamos mucho tiempo de vuelta en este país cuando se oye un ruido horrible más o menos en el eje trasero. El conductor para el bus, y él y los otros hombres responsables del viaje se bajan a mirar qué ocurre. Algo se ha roto. Parece grave. No podemos continuar.

Han pasado veintisiete horas desde que subimos al autobús para salir de Ziguinchor, y desde entonces solo hemos avanzado doscientos kilómetros. Algunos pasajeros, entre ellos yo, decidimos que hemos tenido suficiente. Cuando nos rebasa un minibus que va hacia el norte, lo detenemos y nos cambiamos de vehículo. Una de las pasajeras intenta convencerme para que me quede, con frases como «hemos estado juntos desde el principio», «esto es una traición», «te vamos a echar de menos», «nos gusta mucho tu cara» y finalmente «¿no quieres una mujer senegalesa?». Las dos últimas van acompañadas de su propia risa y la de las otras mujeres. La verdad es que me parece que tiene razón en que debería seguir con ellos, que esto es un poquito traidor por mi parte, y realmente siento mucha curiosidad por seguir el viaje, compartir la experiencia entera con esa mujer y los otros viajeros, y ver cuánto podemos tardar en llegar a Dakar (450 km desde Ziguinchor). Pero yo lo que quiero es llegar a Dakar, y la verdad es que en este momento no apostaría un franco por que este cacharro vaya a conseguir llegar hasta allí. Así que cambio de bus.

Uno de los viajeros que se cambian junto conmigo habla castellano. Se llama Mahmodou, pero le llamaban Moncho en Vigo, donde estuvo trabajando como carpintero hasta que en el 2011 la falta de trabajo le hizo regresar a Senegal. Por el camino me habla de lo bien que le va a algunos extranjeros comprando campos aquí, porque hay muchos terrenos que nadie quiere trabajar, y contratando a algunos trabajadores para cultivarlos. Me comenta que pagándoles cinco euros al día ya dirán que tienen el mejor jefe del mundo, y que no hay que pagar seguridad social. Parece que me está vendiendo él los campos, invitándome a venir a explotar las tierras y las personas de su país. Me cuenta también que su padre es el alcalde de Thiès, una de las principales ciudades de Senegal. Y me invita a pasar un par de días con él en Thiès, donde podré disfrutar de las mujeres senegalesas.

Cuando llego a Kaolack, fin del trayecto del minibús, aún me faltan unos 200 kilómetros para Dakar, y son las cinco y media de la tarde. Voy directamente a la estación nueva, donde se cogen los sept-places a la capital, y los «guardias» de la estación me embuten en uno que está a punto de salir. Viajo en el asiento central trasero, entre dos mujeres que tienen unas caderas lo bastante anchas como para dar a luz a dos hipopótamos adultos. A la vez. Cada una. Al mismo tiempo, llevo las rodillas clavadas en el asiento de delante y la cabeza incrustada en el techo. Al menos no tengo que preocuparme de no llevar cinturón de seguridad, voy tan encajonado que creo que aunque nos estampáramos contra un baobab a doscientos kilómetros por hora, no me movería del sitio. Las primeras dos horas son bastante pintorescas, con el taxista cogiendo atajos por pistas de tierra en mitad de la nada para evitar los tramos más deteriorados de la carretera. El resto transcurre más normalmente, ya de noche. Tras más de cuatro horas de tortura y con todo el cuerpo dolorido, llegamos a Pikine, una de las ciudades que forman el «Gran Dakar», y que es el final del trayecto del sept-places. Me bajo y una horda de taxistas me ofrece llevarme hasta mi destino, Grand Yoff, la zona donde vive Suleiman. Pero me niego, he tenido suficientes buses y taxis durante las últimas treinta y cinco horas. Monto a Safír y continúo por mi cuenta. La carretera me resulta vagamente familiar, por la otra vez que vine a Dakar, pero de noche todo parece un poco distinto. Al final, por evitar la autopista, acabo en una zona que no me suena de nada. De pronto me veo pedaleando solo, por una carretera completamente a oscuras, en una zona totalmente desconocida de una gran ciudad africana, y es uno de esos momentos en los que uno se pregunta «¿Qué cojones estoy haciendo?». En ese momento decido pararme en el primer hotel, albergue o lo que sea que encuentre. Al final, preguntando a varias personas por la calle, consigo llegar al barrio de Suleiman. No he visto ningún alojamiento por el camino. Son las once de la noche y hace treinta y seis horas que monté en el autobús en Ziguinchor para venir hasta aquí. Llamo a Suleiman, pero tiene el teléfono apagado. Pienso que probablemente está acostado, quizá mañana tenga uno de esos clientes tempraneros. Me acerco a la gasolinera que hay al lado de su casa y pregunto si hay un hotel cerca. Y por fin, me sonríe la suerte: hay uno a pocos metros. Me instalo allí, el sitio no está mal, pero es el segundo hotel más caro de los veintiséis que he visitado en todo el viaje, superado solo por el Siki. El detalle no me importa hasta la mañana siguiente, cuando intento ducharme, no funciona el agua caliente y me quedo con el grifo en la mano.

En fin, al menos conseguí contactar con Suleiman, vino a buscarme al hotel mientras sacaba a Safír y los bultos y me dejó las llaves de su casa para que me instalara. Él tenía que irse al centro a arreglar papeles del seguro. Hace poco tuvo un accidente con el coche en Gambia. Algo chungo, él salió con solo una herida leve en la cabeza, pero el Estado gambiano le reclama más de mil euros por los daños… a un tramo de quitamiedos. Un abuso en toda regla, y un buen problemón para Suleiman. A pesar de todo, me sigue ofreciendo su hospitalidad y portándose muy bien conmigo. Anoche fui con él y dos amigos a la casa de uno de ellos. Y luego dormí bien, muy bien, en un colchón en el suelo que Suleiman había colocado junto a su propio colchón en el suelo. «No me pises al acostarte», bromeo. Él se ríe y contesta: «no te preocupes, eres blanco, seguro que se te ve bien en la oscuridad».

Ahora mismo sigo aquí, en Dakar, en el barrio de mi amigo. Estoy mirando mis opciones para volver a Madrid. Cuando tenga algo decidido os avisaré. Nos vemos pronto, y entonces podré contar en persona todos los detalles que me he saltado en estas tres semanas de casi silencio en el blog. Abrazos.

 

 

 

24 comentarios en “Un autobús senegalés. O cómo hacer 200 kilómetros en 27 horas

  1. amalvinus dijo:

    Ah no! A Madrid sin pasar por Málaga, no te lo consiento! A ver si me voy a perder un detalle! Que ni se te ocurra! Denegado!
    Aquí te quiero ver sin falta! Que te lo mando yo que soy tu tía la del pueblo!
    Bezotez gogdoz (pero solo si te portas bien)😍

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    • Bueno, eso depende de la manera de volver que elija. El barco ya me han dicho que es casi imposible, así que será por tierra o en avión. Si es lo primero, entonces paso por narices por Tarifa, y si es lo segundo… bueno, tendré que volar a Málaga en lugar de a Madrid para no quedarme sin bezotez gogdoz :p

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  2. SUSANA dijo:

    Jajaja, que bien te lo pasas, cuando vuelvas a Madrid lo echarás de menos, me he reído mucho con tu aventura en el minibus, imaginandote empotrado entre las dos mujeronas y sin atreverte a decir ni mu. Lo importante es q ya has llegado bien a casa de Suleiman y a partir de ahora deberías programar mejor tus viajes, enteraré de q transporte hay, cuanto suele tardar, q incidencias suelen ser las más habituales…para q no te vuelva a pasar lo mismo. Estamos deseando q llegues, mientras tanto date un achuchon muy fuerte de nuestra parte.besitos.

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    • La verdad es que es toda una aventura viajar por aquí. Ahora yo también me tomo a risa lo de las mujeronas, pero en ese momento no le veía la puñetera gracia. Si no decido regresar en avión, Suleiman me ayudará a encontrar la mejor manera de cruzar hasta Marruecos, a partir de ahí ya me las apañaré bien yo solo. Nos vemos dentro de nada. Muchos besos

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  3. monica dijo:

    Uf vaya viajecito! Que opciones estas valorando para la vuelta? Tengo muchas muchas ganas de que llegues, verte ya la cara y que nos cuentes todo lo que has hecho en estas semanas (bueno primero te dejaremos descansar un poco y que cojas fuerzas con unos bueno guisos de mamá).
    Muchos besos. Te quiero.

    Pd.: Si quieres te regalamos un billete de avión.

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    • Pues quería intentar volver en barco, pero Suleiman ya ha hablado con su amigo, el agente de puertos, y parece que va a ser imposible. De todas formas vamos a intentar hablar con alguien más, aunque lo más seguro es que no vuelva así. Eso me deja dos opciones: el avión, lo más rápido y cómodo, o volver por tierra, lo más duro y bonito. De precio, el avión quizá sea lo más barato, pero por poca diferencia, así que no voy a elegir pensando en el dinero (que ahora mismo no es un problema, no hace falta que me regaléis el billete). Seguramente lo decida en los dos próximos días, así que ya os diré. Muchos besos, ¡hasta dentro de nada!

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  4. Yolanda dijo:

    ¡Vaya experiencia de viaje! ¡Y todos creyendo que viajar en bici era durísimo! Ja, ríete del señor viento del desierto, seguro que si lo sabe tu cuerpo agarras a Safir desde el principio. Que bueno lo de las mamás hipopótamo, yo también me reí un rato, pobriño.
    Ah, y a Nines ni caso, vente directamente a Madrid que así tiene una buena excusa para venir que también la echamos de menos, je je.
    Decidas lo que decidas me alegro muchísimo de que ya te vuelvas, estamos deseando verte, lo de la opresión de las gorditas te va a parecer de risa comparado con los achuchones que te esperan… ¡Prepárate!
    Disfruta estos días de merecido descanso y pásalo bien.

    Todos los besos del mundo
    Dama la nob

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    • ¡No! ¡Más achuchones hipopotámicos, no! Al final hago caso a Nines, que me ha prometido bezotez gogdoz y no apretujarme… :p
      Bueno, dentro de nada nos vemos y os sigo contando todo lo que no he contado por aquí. Un millón de besos. Dama la nob

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  5. Charo dijo:

    Imagínate cuando nosotros llegamos al río, con esa cola kilométrica y Carlos con más de 40 de fiebre de origen desconocido y que no cedía ni de coña. Yo quería que nos sacaran de allí como fuera, pero como éramos blanquitos, se nos concedió el deseo y con una propinilla nos saltamos toda la cola y pasamos los primeros. La gente llevaba esperando dos días para cruzar. No veas!
    Bueno que ya sabes que hay un furghotel en Tarifa que te espera, y que además hace transporte de bici hasta Fuengirola.
    Un abrazo muy fuerte

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    • ¿Sólo hasta Fuengirola? A mí me consta que antes prestaba servicio hasta Málaga para coger otro transporte a Madrid :p
      Hoy a lo mejor voy con Suleiman al puerto para quemar los últimos cartuchos de la posibilidad de ir en barco, en un par de días tendré claro cómo voy y ya os cuento.
      Muchos besos

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  6. carmen dijo:

    Hola hijo!!! que malas las mamonas con tanto apretujarte ,pero bueno hay otras cosas peores que ya las has vivido,eso es una anécdota graciosa (aunque a ti no te la hiciera)pero según lo cuentas si nos reimos ,en fin ya te falta poco para dejar todas esas aventuras que luego recordaras mucho en fin,aclarate muy mucho lo de la vuelta te esperamos con impaciencia y con todo nuestro cariño recibe un monton de besos .TE QUIERO

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  7. carlos dijo:

    Ivan, por eso has hecho este viaje a los 30 y no a los 50…

    Como se nota que te estás haciendo mayor, cuando desgraciadamente la edad nos va aburguesando, pero no por una cuestión clasista, si no por los huesos, que ya no soportan según que cosas.

    Me alegro de que te plantees la vuelta y ya sabes que te esperamos con los brazos abiertos (sin apretar al cerrarlos).

    Un abrazo flojito.

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  8. Marina dijo:

    ¡Iván! ¡Menuda aventura! La descripción de tu viaje en el minibus es digna de una novela de Eduardo Mendoza. Sí que ibas bien protegido :P .

    Que sepas que aunque escriba poco me leo todas tus entradas, y cuando vuelvas a Madrid y quedemos querré más detalles :D . Yo he pasado estos días de viaje con el Máster viendo yacimientos fenicios y romanos en Cádiz (ya sabes cómo me gusta Cádiz) y acordándome de las primeras etapas de tu viaje.

    Muchos besos, pásalo genial en lo que te queda de aventura y nos vemos en Madrid.

    ¡Muac!

    =)

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  9. Futuro Ehru dijo:

    XDXDXD me encanta tu humor, amor. (y rima ;P )

    Momentazos que parecen de película de risa:

    —Una de las pasajeras intenta convencerme para que me quede, con frases como “hemos estado juntos desde el principio”, “esto es una traición”, “te vamos a echar de menos”, “nos gusta mucho tu cara” y finalmente “¿no quieres una mujer senegalesa?”.

    —-un baobab a doscientos kilómetros por hora, no me movería del sitio.

    —El detalle no me importa hasta la mañana siguiente, cuando intento ducharme, no funciona el agua caliente y me quedo con el grifo en la mano.

    —“No me pises al acostarte”, bromeo. Él se ríe y contesta: “no te preocupes, eres blanco, seguro que se te ve bien en la oscuridad”

    Me he reído de buena gana :) Está bien que te lo tomes así, es muy positivo. A ver si te dura esa positividad para siempre. Yo creo que ahora la tienes porque te mueven tus ganas por volver, igual que antes la tenías por tus ganas de viajar. Está bien saber por qué se hacen las cosas :)

    Espero con ganas tu veredicto sobre tu manera de volver, ya nos cuentas!

    Muchos besos por todas tus estrellas, las del sur y las del norte.

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    • Personalmene, mi favorito es la respuesta chistoso-racista de Suleiman. Sigo pensándome cómo volver. Casi he descartado el avión, una vez he descansado unos días, me vuelven a ganar las ganas de un poquito más de aventura. Lo del barco parece muy complicado, prácticamente imposible, y la poca probabilidad que tiene de salir bien implica invertir bastante tiempo más en conseguirlo. Así que ahora mismo, aunque me voy a dar un día o dos más para pensar, lo que más papeletas lleva es el viaje por tierra, en coche, camión o autobús.
      Muchos más besos para ti.
      Hasta pronto :)

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  10. Paco dijo:

    Estoy de acuerdo con Futuro Ehru, cuando vuelvas creo que iré a verte al Club de la Comedia, la verdad es que me he reído bastante leyendo éste último. Como todos me alegro que aunque con algún «apretón de taxi» y algunas cosillas mas, sin importancia, te siga yendo tan bien el viaje y también como todos esperare a oír el resto en persona. Creo que lo mejor será que hagas una grabación porque te vas a hartar de contar las peripecias en los distintos círculos.
    Un abrazo y hasta pronto

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  11. Qué bueno Ivan ! Espero que lo que queda de viaje siga siendo tan divertido, pero un pelín más cómodo y rapidito ..te imaginas hasta Madrid a ese ritmo de 200 km en 27 horas, empotrado entre dos hipopótamos con la cabeza pegada al techo? Pobre!!

    Menosmal que has podido descansar despues de la paliza de viaje, aunque miedo me da esa frasecita de.. ahora que he descansado me vuelven las ganas de aventura… a ver si te van a volver con demasiada fuerza y al final vas a hacer caso a Victor y te vas a dar la vuelta hasta Guinea Bissau!!
    Nooo, vuelve prontito que ya tenemos muchas ganas de verte, aunque vamos a echar mucho de menos tus aventuras.

    Por supuesto yo tambien me apunto a tu charla en el local de Fixi Dixi.

    Mucha suerte en tu viaje de vuelta, seguro que irá genial ya sea por mar, aire o tierra. Ya nos contarás. Muchos besos

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    • ¡Hola! No… no me imagino a ese ritmo hasta Madrid, no voy ni a contar los días que serían, prefiero no pensarlo…
      Y no te preocupes, que sí, que yo también quiero volverme ya. Aún estoy buscando la manera, al final he conseguido encontrar un barco, pero sale muy caro y tardo mucho en llegar a España, así que voy a mirar las opciones por tierra.
      Ya os contaré cuando lo tenga bien claro. Un abrazo muy muy muy fuerte

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