El país de la teranga

Salí hace tres días de Dakar, y ahora estoy en Kaolack, mucho más hacia el interior del país. Y se nota, no había pasado tanto calor desde que salí de Mauritania. Entre medias, han pasado dos noches en las que he disfrutado de la hospitalidad, que aquí se llama «teranga», de los amigos de Suleiman. Mi última noche en Dakar me acerqué a cenar a un restaurante llamado «La Calabasse d’Or». Ya había estado un par de días antes, cuando había dudado si entrar o no porque había visto salir a un europeo y luego el dueño se me había acercado en plan demasiado amistoso, lo que me hacía sospechar que era un sitio carero para turistas. Pero luego vi que los precios no estaban mal, y, sobre todo, que las cajas de cartón que usaban para las pizzas para llevar eran las mismas que utilizaba yo cuando vendía pizzas en Compostela, así que me acabé quedando. El dueño, Abdou Diouf; siguió siendo muy simpático y cercano toda la noche, incluso me invitó a cenar con él y su cocinero después de cerrar (y después de que yo hubiera cenado, así que tampoco pude comer mucho más). Luego me acompañó un trecho por el camino de vuelta a casa de Suleiman. Así que, después de tanta amabilidad, volví a cenar allí. Una pizza acompañada por otra cosa mucho más exótica: un bouye o zumo de «pan de mono», el fruto del baobab. Tiene un color blanquecino rosado y un sabor dulzón y muy suave. Después de cenar, Abdou Diouf se sienta a conversar conmigo. En un momento dado, sale el tema de si creo en Dios. Le respondo que no (es la primera vez que se lo digo abiertamente a un musulmán en lo que va de viaje), y se pasa la media hora siguiente tratando de convencerme de que reflexione sobre la divinidad, diciéndome que él antes no era religioso pero que Dios cambió su vida a mejor, que como ve que soy buena persona me va a confiar algunas cosas (me cuenta historias que me suenan a la Cábala), que él no cree en las casualidades y que yo he entrado en su restaurante y le he conocido por alguna razón. Pasada la medianoche a mí se me cierran los ojos, me cuesta seguirle y estoy convencido, tras varios días de llamadas a la oración antes del amanecer, de que hay una confabulación islámica para no dejarme dormir. Le digo que estoy muy cansado y ya me dice nuevamente que reflexione sobre lo que me ha dicho y que espera volver a verme cuando haga mi viaje de vuelta. Cuando salgo a la calle, esta está oscura y desierta. Viene caminando una mujer mayor y harapienta, con pasos algo espasmódicos, los ojos muy abiertos y la mirada perdida. Continuamente suelta frases quebradas, dispersas, en wolof; cada vez que habla se cubre la boca con una mano, que deja caer cuando calla. Su voz me recuerda a la del emperador de Star Wars. Me pasa de largo y continúa su camino hacia la oscuridad del otro lado de la calle. Cuando vuelvo a casa, Suleiman duerme. Tiene que levantarse a las tres y media para llevar a un cliente (imagino que al aeropuerto, no sé para qué otra cosa iba a pedir alguien un taxi a esas horas). A la mañana siguiente me levanto bastante tarde, tanto para aprovechar y descansar algo como para esperar a que Suleiman, que ha vuelto de su encargo y está durmiendo otra vez, se levante y así poder despedirme de él. Cuando voy a hacerlo, nos tendemos la mano derecha, pero súbitamente él la retira y me da la otra, diciendo: «No, la izquierda, para que nos volvamos a ver». Al final acabo saliendo tarde de Dakar, y me como todo el atasco de la hora punta. Con la bici no es un problema, hay suficientes huecos para colarme y avanzar rápidamente, pero no es muy agradable. Entre los cuarenta kilómetros de entrada a Dakar y los cuarenta de salida, he tragado más humo que en los dos mil kilómetros anteriores de viaje. Cuando salgo de esta zona, enfilo la carretera hacia Mbour, la siguiente ciudad, cerca de la que vive Tapha (de Moustapha), el hermano de Elhadj. El tráfico es bastante asqueroso, ya no tan denso, pero en general muy desagradable. Echo de menos a los camioneros del Sahara Occidental, que cuando no tenían espacio para adelantarme esperaban pacientemente detrás de mí hasta que podían hacerlo con seguridad. Y cuando un taxista o un autobusero quiere parar a un lado para recoger o dejar viajeros, es como si los ciclistas solo reflejáramos los rayos infrarrojos o los ultravioletas de la luz del sol: estamos fuera de su espectro visible, sencillamente, no existimos. Además, todo el mundo abusa del claxon, asustándome y haciéndome aguzar los sentidos sin necesidad. Todo esto me obliga a aumentar constantemente mi atención, a frenar y acelerar muchas veces, a salirme al lateral de la calzada en un par de ocasiones, haciéndome cansarme mucho más. Al menos, consigo llegar a donde vive Tapha sin contratiempos, ni para mí ni para Safír. Tapha me recibe en su lavadero de coches, donde veo que tiene a tres o cuatro chavales trabajando. Es alto, y lo primero en lo que me fijo son sus nueve colgantes, cada uno con una cadena de oro, que van desde las dos que son delgadas como un hilo hasta la que tiene eslabones de tres o cuatro milímetros de ancho. Penden de las cadenas un símbolo con forma de «B», unos aros de oro entrelazados, una pareja de delfines, una piedra blanca, una llave, una cruz, una especie de ídolo… En su muñeca derecha hay tres pulseras de plata; en la izquierda, un gran reloj de correa metálica, y en los dedos, cuatro anillos. Él no es de esta zona, pero vive aquí desde hace diecinueve años. Muy cerca está la ciudad de Saly, un lugar muy turístico y lleno de europeos, gracias a lo que prosperan numerosos negocios, como el de Tapha. Le pregunto si está casao, y me dice que no, que quiere ser libre, que con una mujer todo son problemas. «Ahora puedo hacer lo que quiero, si me voy este fin de semana a Dakar y quiero dormir allí, lo hago, sin dar explicaciones». Mientras estoy con él, se acerca y nos saluda una mujer joven, vestida a la europea, con el pelo corto y gafas de montura gruesa, de pasta. Mi anfitrión me dice que es la tercera esposa de su papá francés, que está casado con cuatro mujeres. Minutos más tarde, cuando voy caminando a solas con él hacia su casa, le pregunto por «su papá francés». –Entonces, ¿tu padre es francés? –No, mi padre es senegalés, pero murió. Mi papá francés es adoptivo. –Ah, ¿ocurrió cuando eras pequeño? –¡No, cuando era así! –dice señalándose a sí mismo–, ¡yo aún soy pequeño! Los dos nos reímos, y me explica que es un amigo francés mayor que él (tiene setenta y siete años) al que conoció al poco tiempo de venir a vivir a Saly, y que le ayudó mucho, así que es como si fuera su padre. Llegamos a su casa, un edificio grande, con una especie de patio-garage, la vivienda en el primer piso y una terraza más arriba. Al entrar en el piso hay una puerta cerrada a mi derecha, y después un pasillo con una puerta grande a un lado y dos pequeñas al otro. La primera puerta pequeña es la habitación de Tapha, y la segunda, la que ocuparé yo esta noche; el cuarto tiene su propio lavabo. Cuando me he instalado, Tapha me conduce a la puerta grande del otro lado, llama, y desde el otro lado una voz femenina responde «entra». Al otro lado está el salón-comedor, amueblado a la europea, con una gran tele de plasma; a mi derecha, una puerta da a la cocina, y a mi izquierda, un pequeño pasillo parece dar a otra habitación grande y a un baño. En uno de los sofás están sentadas dos mujeres, de treinta y tantos. Amina es delgada y guapa, pero tiene un poco de cara de mala leche, se le adivina un carácter fuerte que intimida un poco. La otra, Tako (se llama Aisha, pero la llaman por su apellido), tiene unos grandes ojos algo rasgados, habla poco y suavemente y sonríe con afecto. Tapha me dice que son otras dos de las esposas de su papá francés; las dos chicas se ríen, y le contagian la risa a él, lo que me hace empezar a pensar que todo esto de las cuatro esposas de «su papá francés» no es más que una broma. Tapha me dice que si quiero comer o beber cualquier cosa, que venga, llame a la puerta, se lo diga a Amina y ella me prepará algo. Él se va a descansar a su habitación, y yo hago lo mismo, pues estoy más cansado y necesitado de cambiarme la ropa llena de polvo del viaje que hambriento. Al rato vuelvo al salón, llamo a la puerta antes de entrar (parece que la puerta grande que separa el salón del pasillo marca la zona de la casa reservada a las mujeres) y me encuentro con que tienen un invitado a la mesa, comiendo arroz con pollo. Amina prepara otro plato para mí; yo me siento bastante incómodo esperando la comida sentado en el sofá, me resulta una escena muy machista, pero aquí es lo normal y no estoy seguro de si puedo ofrecerle ayuda en la cocina. Mientras ceno, entra en la casa otra mujer, que me saluda en wolof; yo contesto en francés, pero ella continúa con fórmulas de cortesía en wolof. Por suerte, son frases básicas, que me habían enseñado Abdou y Victor en Saint Louis y Baye Fall y su hijo en Louga. Consigo contestar y presentarme. Ella se llama Boundao (como en el caso de Aisha, la llaman por su apellido; el nombre de pila es Awa). Es la esposa que me faltaba por conocer. Después de cenar, me siento a ver la tele; echan el Atleti-Real Madrid. Normalmente no me interesaría demasiado, pero aquí es como asomarme un momento a un pedacito de casa. Además, las chicas parecen bastante aficionadas: Boundao grita y palmotea, y critica a la defensa de su equipo, el Madrid (solo se libra Marcelo). Después del partido Boundao cambia de canal y pone un programa en el que hablan de una familia que ha tenido quintillizos. Yo aprovecho para hablarle de mi familia y contarle que mi madre no tuvo cinco hijos de golpe, pero sí seis en siete años. Y diez años después, yo. «Vaya, debía de estar muy cansada criando a seis hijos todos a la vez», me comenta, «normal que luego descansara diez años». Un rato después les pregunto por Tapha, porque no he vuelto a verlo en toda la tarde, me gustaría acostarme y salir temprano y quiero agradecerle la hospitalidad (aunque en verdad tengo más que agradecerle a las mujeres, por más que él sea el dueño de la casa y la persona que ha contactado conmigo para acogerme). Amina va a buscarlo a su habitación, y cuando vuelve, me encuentro reunido en el salón con él y las cuatro mujeres. Tapha me dice que la primera que he conocido, la del pelo corto y gafas de pasta (no recuerdo el nombre de esta) es la que pasará esta noche con su papá francés, que se van turnando todas las noches. Vuelven a reírse todas como de una broma, y él me dice: –¡Y hace esto con setenta y siete años! –Vaya, creo que la aventura de «tu papá francés» es más peligrosa que la mía. Se siguen riendo y dan continuidad a mi broma, diciendo que cuando se muera el hombre, Tapha se casará con ellas. Parece que ha desaparecido esa amistad respetuosa hacia su mentor. Boundao cuenta lo que dije antes de mi familia, y se asombran con razón ante una familia tan grande en Europa. Amina dice que quiere tener dos hijos, y Boundao contesta que ella tres. Tapha mira al infinito y dice «yo voy a tener nueve hijos». «Sí, nueve, tu empieza por dos y después me cuentas», le espeta Amina. La atmósfera es muy relajada. Tapha está sentado entre Tako y Amina, cada una de las cuales le pasa una mano por los hombros en actitud cariñosa. Pienso «¿realmente existe tu papá francés, o eres tú el que está con ellas y lo otro es una historia para echar unas risas? ¿O es que el viejo pone el dinero y tú lo demás?». No sé que pensar de toda la historia; la verdad es que, si no pienso en lo que me han contado (y en lo que no me han contado), lo que veo ante mis ojos es casi hermoso, y para serlo solo hace falta quitarle el machismo y que cada una de las mujeres también pueda tener varios hombres si así lo desea. A lo largo del rato que estoy allí sentado, en un par de ocasiones Tako me mira con sus ojos sonrientes y susurra «Iván» sin añadir nada más, como si saboreara el nombre exótico de un animal extraño venido de una tierra lejana. Al final, una de ellas se levanta para preparar la cena, y yo me excuso diciendo que aún estoy muy lleno del arroz de antes y que estoy muy cansado, y me voy a la cama. A la mañana siguiente, cuando me levanto y voy al «lado femenino» de la casa, solo están allí Boundao y Amina. La primera se está preparando para salir; le pregunto si va a trabajar y me responde que sí, que trabaja en la metalurgia, en la zona industrial por la que yo había salido de Dakar el día anterior. Cuando está a punto de irse, discute por algo con Amina; la disputa ocurre en wolof, pero al final, Boundao la zanja con un «c’est ma vie, it’s my life» antes de salir por la puerta. Me quedo a solas con la mujer de armas tomar, pero en cuanto entablo conversación con ella y le pregunto un poco por su vida, resulta ser mucho más amable de lo que aparentaba. Trabaja en una agencia de viajes, organizando la llegada de los turistas, sirviéndoles de guía y solucionándoles sus problemas y emergencias. Empezó en esto hace muchos años, precisamente en Casamance, pero su madre le pidió que lo dejara, porque vivían en Dakar, a cuatrocientos kilómetros, y veía que desplazarse continuamente entre los dos lugares era agotador para su hija. Ella le hizo caso, retomó sus estudios y los volvió a dejar porque lo que quería era trabajar, y se vino aquí, a Saly. Ahora también trabaja en el barco que hace el crucero por el río Senegal, el que ví en Saint Louis cuando Dou y yo nos detuvimos a escuchar su música; quién sabe, quizá Amina estaba a bordo en ese preciso instante. Le gusta mi forma de viajar porque me permite conocer los lugares y sus gentes, y a ella también le gusta viajar de ese modo, aunque lo hace en el coche que le facilita la agencia para la que trabaja. Ha estado de este modo un poco por todo Senegal. Tras la charla me despido de ella y le digo que no despierte a Tapha, que se despida de él de mi parte. Según voy saliendo, oigo al otro lado de la primera puerta cerrada que vi a mi llegada dos voces, una de mujer y otra de hombre algo mayor; igual la historia es cierta después de todo. Tras salir de Saly cojo la carretera que se aleja de la costa hacia el este. Ahora hay cada vez menos tráfico, pero a cambio, la carretera es cada vez peor. Al menos, el paisaje va cambiando, haciéndose más verde cada vez. Empieza a haber menos arena y más hierba, aunque casi toda seca. Las acacias crecen más densas y frondosas, sigo viendo baobabs, y empiezan a aparecer mangos y otros árboles que no conozco. Ahora sí que me siento en plena sabana africana. Veo de vez en cuando pequeñas aldeas de chozas redondas de cañas rodeadas por empalizadas del mismo material, que conviven con casas más modernas hechas de bloques de hormigón. Por lo que me han contado, construir sale muy barato en Senegal, gracias a la presencia de una enorme fábrica de cemento a las afueras de Dakar. Me detengo en un pueblo para comprar agua y para comer. Mientras estoy en la tienda, dos niños se detienen ante la puerta y me saludan. Cada uno lleva una paloma viva en las manos. El mayor de los niños le está arrancando las plumas de las alas. «¡Por qué le haces eso?», le digo, pero los niños se alejan riéndose. Me ha dejado muy mal cuerpo. Es cierto que llevaba todo el camino echando de menos el cariño hacia los animales (en todo mi trayecto por África no he visto a nadie acariciar a un perro o a un gato), pero nunca los había visto tratarlos con esta crueldad gratuita. Después del pueblo continúo mi camino hasta Fatick, una pequeña capital regional de menos de treinta mil habitantes. Allí me espera Dada, una amiga de Suleiman que trabaja en una agencia local del Ministerio de Hacienda. Ella y un compañero suyo de trabajo alquilan sendas habitaciones en la casa de un hombre del lugar. Me conducen allí y me dicen que puedo plantar mi tienda en el patio de arena, protegido por un muro. Después de instalarme, bebo un vaso de té con ellos y con el dueño de la casa, a la sombra de un gran mango. Me preguntan por mi viaje, les hablo del voluntariado en la finca ecológica, y entonces el propietario me pide consejo para poner un huertecito en el patio. Yo le explico lo poco que sé y le digo que en este terreno soy un aprendiz, no un experto, y que he venido más para aprender que para enseñar. Poco después, el hombre se marcha a casa de un amigo para ver el París-Barcelona de la Liga de Campeones. Yo me quedo con Dada y su compañero, que no son muy habladores y le hacen más caso a sus teléfonos móviles que a mí. Yo me entretengo leyendo el periódico, que habla de las preocupantes cifras de la violencia sexual contra las mujeres en Senegal. Tengo más oportunidad de hablar con Dada cuando saca al patio una fuente de ternera guisada con patatas de la que cenamos los dos. El plato me recuerda al que prepara mi madre, solo que mucho más picante, como corresponde a la cocina senegalesa. Mientras cenamos, me cuenta que es de Dakar, donde vive su marido, pero que a ella el ministerio la trasladó aquí el verano pasado. Es algo duro, pero por suerte Dakar no está muy lejos y pueden verse a menudo; además, tener un buen trabajo es dificilísimo en Senegal, y ella, siendo funcionaria, no quiere perder el suyo. Le pregunto por el trabajo de su marido, y me dice que es agente de puertos. Le comento una idea que ha ido tomando forma en mi mente: tratar de regresar de Dakar a Europa en barco (mercante, porque los de pasajeros no hacen ese trayecto, que yo sepa), pagando algo o trabajando para pagarme el pasaje. No sé siquiera si se puede hacer, pero Dada me ha respondido que cuando vuelva a Dakar hable con su marido, que él podrá ayudarme. Pero para eso queda mucho tiempo. Ya hablaré con Dada, que me ha dicho que ya volveremos a vernos cuando yo vuelva a Dakar, donde ella va a menudo. Todo esto fue ayer, y hoy ha sido un día cortito de bici. En algún tramo bastante largo la carretera era tan mala que era yo quien adelantaba a los camiones, que debían avanzar con cuidado para no destrozarse una rueda en alguno de los innumerables boquetes. Las finas ruedas de Safír, en cambio, navegaban con agilidad por los estrechos trozos de firme que aún quedaba en buen estado. He pasado por una pequeña ciudad, donde he visto que en esta zona los mangos monopolizan los puestos de fruta, en contraste con el día de ayer, cuando eran los melones los que ocupaban los laterales de la carretera en la zona de Fatick. Ahora estoy en la siguiente región, Kaolack, en cuya capital he encontrado un albergue por un buen precio. Parece una ciudad grande y próspera, con edificios más grandes y un poco más nuevos, y calles mejor asfaltadas que las que he visto en otras ciudades. Veo mucha gente por la calle pese al asfixiante calor, y no me ha costado encontrar rápidamente restaurantes para comer y un ciber para escribiros esto. Aparte de esto, no parece ser un lugar especialmente interesante ni especialmente turístico, pero me resulta muy útil como parada para descansar y encontrar las tiendas y servicios que necesito. Mañana trataré de llegar a Karang, en la frontera con Gambia, donde vive el primo de Suleiman que es policía de aduanas. Al día siguiente pasaré al país vecino, donde estaré uno o dos días, y al otro lado entraré de nuevo en Senegal, esta vez en Casamance. La casa de Landing, el hermano de Suleiman con quien tengo la intención de trabajar las próximas semanas, está a solo treinta y tres kilómetros de la frontera sur gambiana…

14 comentarios en “El país de la teranga

  1. carmen dijo:

    Hola corazón ¡que barbaro, que manera de conocer a gente y tan dispares!por lo menos siguen siendo tan hospitalarias ,ten mucho cuidado con los adelantamientos de los coches,¿que pasa que cuando ves alguna ciudad normalita ya no te gusta?.Cuando hablas de la familia tenias que tener alguna foto de todos .Las comidas son iguales en todos los sitios?.Ayer estuvo David aquí se llevo tu coche para pasar la I.T.V sin problemas bueno rey como siempre pedirte que tengas mucho cuidado con todo .recibe todo mi cariño y un monton de besos.TE QUIERO.

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    • Hola, sí que estoy viendo de todo, es lo bonito de un viaje así. Ya tengo todo el cuidado y toda la atención del mundo en la carretera, no te preocupes. Yo no digo que no me gusten las ciudades normales, cada una tiene sus cosas. Las comidas que he encontrado por ahora son las mismas en todas las regiones, lo que va cambiando es la fruta que venden en los puestos. Ya le daré las gracias a Víctor por cuidar de mi otro compañero de viaje. Muchos besos, yo también te quiero

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  2. monica dijo:

    Será verdad lo del papá francés y sus cuatro mujeres? Nos vamos a quedar todos con las ganas. Me ha gustado esta nueva gente q has conocido y que hayas echado unas risas con ellos.
    Cada historia nueva tuya que leo estoy más contenta, será porque todo va cada vez mejor y te leo feliz. Al principio creo q leía un poquito angustiada por miedo a que pasara algo pero a medida que el viaje iba avanzando esos miedos me han ido abandonando y cada historia la disfruto más, además creo q desde las primeras entradas tú también has ido transmitiendo más confianza cada día y se te nota diferente,no se, más contento creo.
    Animo que ya si que queda poquito. Un besazo. Te quiero.

    Pd:No le hagas caso a tú hermano que me entra la angustia otra vez. Ah y yo me apunto cuando vuelvas a disfrutar un día de cocina senegalesa así que ya sabes a aprender a hacer todos esos platos que estas degustando.

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    • A saber… ya me pasaré otro día por ahí a desentrañar la verdad del asunto.
      No sé si realmente escribo cada vez más contento o sois vosotras las que empezáis a leer con otros ojos. No sé, tendré que releerme todo un día, a ver si yo mismo noto el cambio. Pero bueno, me alegro de que se cambie el miedo por el disfrutar. Y tranquila, que a mí también me van entrando morriña y ganas de volver, así que no voy a hacer caso a los zumbaos de tus dos hermanos. Además, tengo que volver a prepararos ese banquete senegalés…
      Muchos besos :)

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  3. amalvinus dijo:

    Pues esta bien eso de la hospitalidad, de acoger a un desconocido en tu casa y darle cama, comida, y quizás hasta entretenimiento con una buena charla. Más de uno deberíamos aprender teranga, aquí no se vé tan fácil, hay muchos miedos y desconfianza hacia el extraño, incluso hasta fastidioso. Mejor que comida senegalesa, nos vendrían bien unas lecciones de solidaridad….. aunque yo al banquete también me apunto!
    Pues yo no tengo ganas de que llegues todavía! Luego lo voy a echar de menos! Bueno, menos mal que entonces empezará la nueva etapa, seguro que tan interesante como hasta ahora.
    Hoy hablábamos Mónica y yo de que cuando vuelvas habrá que hacer un blog familiar y contarnos historias para quitarnos el mono que nos vas a dejar :)
    Oye y lo de volver en barco no es mala idea……. digo yo, aunque quizás sea algo duro, no se como será el trabajo de marinero mercante….
    Bezotez gogdoz

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    • Lo cierto es que la técnica de la teranga ya la tenemos en Europa: yo no he notado mucha diferencia entre cómo me han tratado en estas casas y cómo me han tratado allí cuando me han invitado en algún sitio. La verdadera diferencia está en que aquí, quien me invita, no me conoce de nada, así que ya tenemos medio camino recorrido: solo hay que aprender a hacer con más personas lo que ya sabemos hacer con nuestros amigos.
      Y… lo siento por tus ganas de seguir el viaje, pero… ¡ya he llegado! Así que a partir de ahora el blog será algo diferente, con otro tipo de historias, y quizá no dedique tanto tiempo a escribirlo. Pero no pasa nada porque Mónica y tú vais a coger el testigo y a empezar ese blog familiar para seguir contando historias… :p
      Lo de volver en barco no sé si es buena o mala o imposible idea, espero poder hablar con el marido de Dada, el que es agente en el puerto de Dakar, para ver si me aclara un poco. Y en cuanto a que será muy duro… pues segurísimo que sí, pero yo quiero un viaje interesante, no un viaje fácil, si no, habría cabalgado un Airbus en vez de a Safír ;)
      Muchos besos y abrazos

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  4. Viva la teranga y la gente buena! Què suerte poder disfrutar de la compañia de todas estas personas tan hospitalarias y generosas , y qué suerte la nuestra al poder compartir contigo estas experiencias.

    Espero que cuando leas nuestros comentarios ya te encuentres en Gambia y que hayas cruzado la frontera sin problemas , quizás con la ayuda del primo de Suleiman. Por lo poquito que he oído y leído de allí seguro que es un sitio con gente estupenda y que vas a disfrutar . Espero que lleves bien lo del calor, he mirado por curiosidad la temperatura que hace por alli y las previsiones rondaban entre 41 y 43 grados …y nos quejamos en Sevilla!.

    Ya si que no te queda nada para llegar! Por un lado lo estoy deseando, tengo muchas ganas de descubrir la zona de Casamance y de que nos cuentes cómo es la vida por allÍ. Por otra parte no quiero que esta aventura se acabe nunca y me gustaria que durara más y más y seguir leyendo eternamente tus maravillosos relatos, disfrutando de lo bien que describes todo y de la cantidad de cosas que nos enseñas , pero por último me gustaría tenerte aquí mañana mismo porque tengo muchísimas ganas de verte ya y de darte un abrazo enorme. En fin, de una manera o de otra lo único que quiero es que seas feliz y estoy contenta porque cuando te leo te siento así.
    Muchiiiiiiisimos besos, te quiero.

    Pd: yo creo que al final si era verdad lo del papá frances y las cuatro mujeres….

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    • ¡Hola! Pues sí que crucé la frontera sin problemas, tanto que no estoy leyendo vuestros comentarios desde Gambia, sino desde Casamance. Así que ya he llegado, ahora pasaré aquí entre un par de semanas y un par de meses, según lo a gusto que esté, y después emprenderé el camino de vuelta a vuestros achuchones :) Y no te pases con lo de que quieres que la aventura no se acabe y dure más y más, eternamente… ¡no me jodas, que tengo ya las piernas reventás, coge tú si quieres una bici y sigue por mí! :p
      No te preocupes por el calor, que hace bastante a mediodía, pero no es para tanto. Yo estoy en la costa, y las temperaturas que miraste son del interior, donde está Mansa Konko.
      Yo también te quiero. ¡Besos!

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  5. Creo que , aunque hace mucho calor,me expliqué mal poniendo la barbaridad de los grados , que segùn lo he puesto en el comentario parece que estés a esas temperaturas a punto de derretirte, y me están llamando sevillana exagerá;los 41-42 grados es la máxima que daba a mediodía solo uno o dos días aislados en Mansa Konko por ejemplo.

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  6. Emilio dijo:

    «El desierto nunca es tan bello como en la penumbra del alba o del crepúsculo. El sentido de la distancia se pierde, una ondulación muy cercana de la arena puede ser una cadena montañosa alejada, cada pequeño detalle puede cobrar la importancia de una variante capital del tema repetido del paisaje.»

    Hoy te dedico yo a tí un pasaje de El cielo protector.

    Un abrazo

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  7. Charo dijo:

    Bien!! Por fin en la Casamance!
    Ahora si que habrá cambiado en paisaje. Ya han aparecido las palmeras y vegetación exuberante?
    Una de las cosas que nos llamó la atención eran los termiteros, eran enormes!
    Allí fuimos a ver una clínica de partos y todo el material había sido donado por los españoles.

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  8. Charo dijo:

    Le he dado sin querer al intro.
    Bueno que parezco al abuelo Cebolleta.
    Cuéntanos tu como te va por allí, que espero que encuentres lo que esperabas ver allí con creces.
    Un abrazo muy fuerte y que siga todo como mínimo como hasta ahora

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    • ¡Pues sí, ya estoy en Casamance! Y también he visto enormes termiteros, y centros de cooperación española, y sí, es muy verde y hermosa. Acabo de publicar el capítulo final de la primera mitad del viaje. Ahora comienzo la segunda. Gracias por los buenos deseos, intentaré disfrutar al máximo.
      ¡Muchos besos!

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